12 marzo, 2011

Odio bastante a los hombres mentirosos, a los cagones, a los que te dicen una cosa por otra, a los que te venden gato por liebre. Odio a los que cuando se pone difícil se escapan, odio a los superficiales, odio a los que no saben acompañar. Detesto a los que se ríen a tus espaldas, a los que inventan cosas sobre una cuando saben que se equivocaron y no pueden admitirlo, a los que no saben valorar. Aborresco a los jeropas, a los que prefieren un par de tetas a una linda sonrisa, a los que prefieren un buen culo a una buena personalidad, a los que no se la juegan por nada ni nadie. Odio a los que después de que una cede y confía la tiran a la basura por otra, odio a los que ilusionan y desilusionan día a día. Quiero ver bien lejos a los caretas, que ni se acerquen los interesados, los sexópatas, los asquerosos, los hincha pelotas, los celosos en demasía, los que ni les interesas, los que se olvidan. Escupiría a cada uno de los molestos rompe bolas que te reprochan y después hacen lo mismo, los que piden mucho y no dan nada, los que reciben amor y no lo aprovechan, los que crean ilusiones falsas, los que usan y gastan. Qué bronca me dan los que toman la decisión adulta de empezar una relación, y en el transcurso de ella se portan como pendejos de siete años. Odio a los inmaduros cobardes con los que me topodía a día. Odio la falta de caballerosidad presente en ellos, odio que sean desatentos, odio que no sepan lo que quieren. Odio a los hombres.
Pero más que nada, hay algo que aborresco mucho más. Detesto con todo mi ser que aún así te quiero y te sigo queriendo. 

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